TEXTOS (CASTELLANO)
RITUALES
Hace algunos años António Mira inició un trayecto de viaje: los eriales del Alto Alentejo o las costas de Zambujeira, la Bretaña, el periplo de las Azores, nomadismo deliberado de quien busca esenciales parajes, territorios sagrados de vida o de muerte ya elegidos por los hombres ancestrales. Pero más detenidamente en Alentejo y en Bretaña retrató decenas de dólmenes, menhires y alineamientos, ceñidos con círculos o cintas de colores, polvareda de pigmentos como auras momentáneas que el viento y la noche pronto corrompen.
Este íntimo registro -indicador secreto de una actitud de vida- propone una inmersión purificadora y la obsesión inquieta de acceder a la sabiduría, pero es también la esencia elocuente de la serie de obras que ahora nos presenta.
El proceso es complejo, simultáneamente artesano y sofisticadamente técnico, como él siempre amó. Se inicia en la Pintura -a veces de anteriores composiciones que parecían bastarse a sí mismas- practicada como gestualidad suelta o sometida a la invención racionalizada de la luz a través de grandes planos de color; pero ese concebir se confronta permanentemente con la fotografía seleccionada y en la cual terminará sumergiéndose, piel o alma que la serigrafía final plasmará. Entonces, las figuras iniciales se vuelven signos plásticos sin dejar de ser símbolos, introduciendo su densa concentración en el espacio abstracto de la pintura, procedimiento objetivo de una evidente matriz conceptualista.
La sagrada particularidad de los objetos elegidos, la mudez ritualizada de su hallazgo y la escenificación fotográfica, hacen de esas pinturas tensos espacios de indagación: la búsqueda de un círculo primordial y de las estrategias resistentes de una existencia religiosa.
En realidad, el único discurso que el pintor consiente entretejer en estas obras -Ars Vita Mors- habla de la fuente primordial de todas las religiones, el acto de enlazar la vida y la muerte, a través de los inseguros gestos del arte.
Combinando también materiales y técnicas, y la mano con la autonomía de la fotografía y la serigrafía, António Mira parece querer envolver la labor artística en un obsesivo y elocuente deseo de sacralización y refundición. Una especie de obra en negro, teñida con las ficciones más contemporáneas.
Raquel Henriques da Silva
(Al tiempo, Directora del Instituto Portugués de Museos)
IN TRANSITUM
La reiteración de los temas de su obra se confunde con su trayecto de vida que nos propone compartir, como quien charla. Es un andariego por parajes singularmente intensos cuyas marcas absorbe, o él propio las señala y marca. Como enseguida nos damos cuenta (ya lo dije en otra oportunidad), aquí se habla de religión, en el sentido original, no institucionalizado ni distinto del término. Enlazar: el hombre al mundo, el mundo al cosmos, representando nuestra vida como un círculo del ciclo fecundo de la vida. La figura de esta integración constitutiva es, para Mira, la esencia de las religiones filosóficas de Oriente, pero perceptible en muchas (tal vez todas) iconografías de lo sagrado: los perfectos y silenciosos círculos unos dentro de otros, haciendo equivaler lo mínimo y la inmensidad en un movimiento tan repetido que no lo presentimos. Como tampoco sentimos nuestro planeta deslizándose en su órbita y nosotros con él.
(…) Utiliza entonces medios sutiles y técnicamente exquisitos para señalar ese invisible trayecto que tanto abre una ética de vida como un eslabón más de la voluntad del arte que, en el sentido fundador del filósofo alemán Alois Riegl, implica, en cada situación, el cuerpo y el alma de cada artista.
Raquel Henriques da Silva